Siesta post cosecha de algarrobo

Tercera temporada consecutiva de recolección en Putaendo. Esta vez el Museo Pelumpen con equipo casi completo y no solamente el proyecto Qoncha. La tarde del sábado fue una aclimatación general al pueblo y los árboles aledaños a los caminos. Mientras juntamos un par de sacos saludamos a algunos amigos locales que se unieron a la cosecha y nos maravillamos ante el encuentro de un corral con llamas y ciervos. Corzos. Al parecer.

Al ocaso visitamos el parque. Oímos la animación de un campeonato de volleyball playa con audios grabados de vítores. Dos amigas se alejaron rumbo al lecho seco del río para hacer pichí y volvieron acompañadas de la llorona. Vestía una parka sintética reflectante que parecía un traje de la comitiva de Sun Ra. Nos habló de su afición por las piedras. También era una recolectora. Cuando le pregunté cómo hacia para escoger una u otra, sentí que evadió la pregunta. Algo habló sobre Dios y que una vez le pidió a un amigo en camioneta que le ayudara a llevarse una gran roca para su casa. Le gustaban las que brillaban.

Por la noche cena, chicha y super nintendo recreativo.

Para el desayuno arepas con palta. Jugo de membrillos. ¿Café? Mate al comenzar la recolecta. Challa en el centro devocional. Una vuelta larga culebreando los cerros sobre el valle buscando un consorcio algarrobero. Abundancia de pircas en abandono, muchas ocultas entre los cultivos de la agroindustria en el bajo. Volvimos a la cuenca del río secado por la mega minería. Una de las cabezas que daba vida al Aconcagua. Allí resisten añosos algarrobos. Esta temporada los encontramos rebosantes de vainas. Muchas en el suelo acumuladas. Cada quien hizo lo suyo a su manera. A veces en grupo, otras como práctica individual. Saco, manos, selectivo ejercicio de pinzas. Agachado el cuerpo bajando al suelo. La recolección vietnamita en las sombras tendiendo a la biofilia. Un dulce espacio para la siesta.

Una amiga comentó que el árbol le hablaba. Que estaba contento el algarrobo con nuestra presencia. ¿Qué habrá querido decir? Eso pienso preguntarle.

Sobre la grabación de la siesta tuve mis dudas. Al oírla, el viento crujía en el micrófono. Me parecía ruido. No era el viento que soplaba en ese momento. A lo lejos entretejido con el silencio pasaban autos por la carretera.

Durante el primer programa de Ecos de la Campana en esta nueva temporada, compartimos este registro mixeado fantasmagóricamente. Siempre algo queda, algo también se pierde

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